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Semblanza histórica

Introducción

 

En 1885, en el marco de las conmemoraciones patrióticas del 16 de septiembre, el Colegio del Estado de Puebla organizó una sesión solemne para reinaugurar su biblioteca bajo el nombre de José María Lafragua, honrando la memoria de su principal benefactor. Ésta no era la única transformación que viviría el acervo institucional: once años atrás, sus autoridades la habían dotado de carácter público, es decir, que no sólo estuviera al servicio de los estudiantes y catedráticos del Colegio sino que las personas del pueblo pudieran hacer uso de ella. Ese breve lapso significó para la Biblioteca un período coyuntural de cambios profundos que manifestaron un viraje en los fundamentos que la sostenían y en los paradigmas planteados, los que necesariamente vinieron acompañados de modificaciones en sus instalaciones, servicios y personal.

 

Retrato al óleo de José María Lafragua

Pintura al óleo (acercamiento) de don José María Lafragua (1876) .
Museo Universitario Casa de los Muñecos. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Ubicada en la Dirección de la Biblioteca Histórica José María Lafragua

 

En realidad, la historia de este acervo comienza siglos atrás. Una historia imbricada al conformarse de varios fondos bibliográficos de distinto orden que en diferentes épocas fueron constituyéndose y posteriormente, también en distintas fechas y por diversas razones, fueron añadiéndose a un acervo que siempre ha estado vinculado a las labores educativas a pesar de tantas transformaciones. Esta peculiaridad explica la diversidad temática de sus materiales y vuelve a la Biblioteca Lafragua un testimonio viviente de cuatro instituciones que durante sus respectivas historias han conformado un acervo bibliográfico destinado a la formación o la instrucción intelectual, moral y científica (incluso espiritual) de las comunidades académicas, seculares y religiosas, que hicieron de la enseñanza una de sus principales divisas.

 

 

 

Antecedentes históricos de la Biblioteca: Los Colegios jesuitas y el Real Colegio Carolino

 

La librería del Colegio del Espíritu Santo

La historia de la Biblioteca Histórica José María Lafragua tiene sus más remotos antecedentes en una “deseada” biblioteca para un colegio jesuita, en el contexto del inicio de la obra educativa de la Compañía de Jesús en la ciudad de Puebla, a finales del siglo XVI. Desde la fundación del Colegio del Espíritu Santo, el primer colegio ignaciano, ejecutada en 1587 por la voluntad de un vecino de la ciudad, un rico comerciante de “grana cochinilla” de origen noble llamado Melchor de Covarrubias, se forjó un vínculo indisociable entre el Colegio y su librería.

 

Melchor de Covarrubias

Don Melchor de Covarrubias. Óleo sobre tela, anónimo del siglo XVIII.
Inventario 200331.
Museo Universitario Casa de los Muñecos. BUAP.

Escudo de armas de la familia Covarrubias

Titulos y méritos de los señores Covarrubias
[Escudo familiar]
Referencia: 86283

 

Entre sus disposiciones testamentarias, Covarrubias consideró la importancia de que el Colegio del que sería benefactor contara con una biblioteca, indicando:

 

"Que es su voluntad que el rector que es o fuere del dicho colegio, a costa de su dotación, se compre una librería de los libros que suelen tener las librerías principales, y ansí comprada se ponga en el dicho colegio donde esté para siempre jamás, sin que ningún rector ni otra persona pueda vender ni sacar del dicho colegio para los estudiantes, lectores y predicadores, lo cual sea obligado a cumplir el dicho colegio."1

 

 

Las librerías de los Colegios de la Compañía de Jesús en Puebla

La labor educativa de la orden jesuita en la ciudad de Puebla fue creciendo hasta constituir, en menos de dos siglos, dos Colegios de enseñanza (el Colegio del Espíritu Santo y el Colegio de san Ildefonso), dos Colegios convictorios (de san Jerónimo y de san Ignacio) y un Colegio para la formación de misioneros entre los indios (de san Javier).

 

Fragmento del Plano de la Ciudad de Puebla de Joseph Mariano de Medina (1754) señalando los colegios jesuitas

 

Por supuesto, cada establecimiento contó con una biblioteca cuya conformación estuvo atenta a sus respectivas necesidades y características, pero también se deben considerar las obras de diversas materias, tanto religiosas como profanas2, manuscritas e impresas, que los padres jesuitas y los colegiales tendrían en sus aposentos, en la medida que la cobertura moral y canónicamente correcta lo permitiera.

 

Se habla de los acervos de los otros colegios jesuitas poblanos por una razón: con motivo de la expulsión de los miembros de esta orden religiosa, sus libros y documentos pasaron, casi íntegramente y en un tiempo no muy distante, a formar parte de la colección de una nueva institución educativa: el Real Colegio Carolino.

 

Yndice General de Libros de la libreria del Colegio del Espiritu Santo, 1757

Primer folio del inventario de la biblioteca del Colegio del Espíritu Santo de la Compañía de Jesús, elaborado entre 1757 y 1767.
Biblioteca Histórica José María Lafragua, Colecciones Especiales, Fondo Documental Colegios Jesuitas y Junta de Temporalidades. 516 fojas. Ref. 10039

Listado general de los libros de la biblioteca del Colegio del Espiritu Santo, 1821

Primer folio del inventario de la biblioteca del Real Colegio Carolino, fechado el 5 de marzo de 1821.
Biblioteca Histórica José María Lafragua, Colecciones Especiales, Fondo documental de los antiguos colegios jesuitas, Real Colegio Carolino y Colegio del Estado, vol. “Escrituras y Documentos antiguos”, Fojas 86 a 137. Ref. 9008

 

 

De las librerías colegiales jesuitas al Real Colegio Carolino

En 1767, la monarquía española ordenó la expulsión de los sacerdotes de la Compañía de Jesús de todos sus dominios. Los libros que fueron propiedad de los jesuitas resultaron para las autoridades, de corte ilustrado, bienes útiles en la formación educativa, vehículos de ideas y conocimiento, suscitando su minucioso registro y un complejo debate sobre su futura e idónea aplicación. Así como se encomendó a las juntas municipales la buena custodia, ubicación y preservación de las bibliotecas de los colegios, se determinó también que fueran aplicadas a las universidades y casas de estudio locales3.

 

En el caso de Puebla, la Junta de Temporalidades dio celeridad y confirió suficiente atención al mandato creando registros puntuales de los libros y manuscritos que, después de un expurgo y la compra de algunos de ellos para la biblioteca de los Reales Colegio Seminarios, serían heredados por donación del rey Carlos III a una nueva institución educativa que sustituyó a los colegios jesuitas en el ámbito de los estudios superiores. En ésta, con sede en el antiguo edificio del Colegio del Espíritu Santo, fueron reunidos los extintos colegios bajo el nombre de Colegio Carolino, para dar honor al antedicho monarca quien fungió como su patrono. 

 

Contando con tal patronazgo, de sesgo ilustrado, el Real Colegio Carolino hizo más que sólo ocupar los recursos materiales de los expulsos, respecto a su librería pudo adquirir importantes obras que incrementarían la diversidad temática de su herencia y al mismo tiempo la mantendrían a la vanguardia cultural de la época. Los libros de este establecimiento estuvieron ubicados en dos bibliotecas de diferente dimensión que contaban con estantería de madera de cedro, alternada con pinturas religiosas, algunas mesas y sillas, y artefactos como esferas armilares, un sistema copernicano y una máquina pneumática.

 

 

 

 

La biblioteca del Colegio del Estado de Puebla

 

Tras la consumación de la independencia de México, en mayo de 1825, el Congreso del Estado de Puebla acordó que el poder ejecutivo local ejercería la suprema inspección de estudios en el Colegio4, pasando así una institución educativa de la monarquía al dominio del gobierno estatal obteniendo su nuevo nombre: Colegio del Estado de Puebla.

 

A pocos meses de haberse constituido (noviembre de 1825), el rector describía el estado de la biblioteca de esta forma:

 

"De libros tiene este Colegio un depocito [sic] medianamente numeroso, pero bastantemente selecto; manuscritos que forme ramo aparte y merezca especificarse no hay, pero entre los libros hay alguno que lo está; hay una maquina pneumática descompuesta y sin uso, y un juego de esferas: la celeste, la terrestre y la copernicana y no hay monumento alguno precioso de la antigüedad" 5.

 

A pesar de las peripecias que el Colegio tuvo que librar en las complejas décadas que siguieron a la independencia mexicana, la institución procuró mantener bajo custodia responsable el acervo bibliográfico que había heredado, incluso al incorporar nuevas colecciones como la de la Academia de Jurisprudencia y una parte de la extinta Biblioteca del Congreso de Puebla, en algún momento de la primera mitad del siglo XIX y la de la Academia Médico-quirúrgica en 18346. Con todo, el acervo del Colegio seguía comprendido en dos librerías, de ellas y del archivo se encargaban uno de los alumnos más avanzados del Colegio, hasta 1867 que se designó un funcionario específico, el bibliotecario, elegido de entre la academia de profesores, para las tareas consiguientes: "la de cuidar el orden dentro de la biblioteca; y la de cuidar de la perfecta conservación de los libros y útiles que estén bajo su inspección"7.

 

Esta es una de las tantas transformaciones que en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX vivió el fondo bibliográfico. La aplicación de la Ley de desamortización de bienes de la iglesia y de corporaciones (1856) conllevó a que las bibliotecas existentes en los conventos masculinos, colegios e instituciones hospitalarias virreinales de la ciudad fueran trasladadas al Colegio del Estado. Aún no es muy claro el proceso ni las fechas exactas en que cada colección ingresó, pero tal parece que algunas obras, las más útiles a los estudios, fueron incorporadas al fondo mientras otras fueron almacenadas en tres piezas al interior del edificio.

 

Otro de los cambios más relevantes sucedidos en ese mismo lapso fue la nueva localización de la Biblioteca. En algún momento (aún por precisar documentalmente) se determinó que las dos bibliotecas que antes tenía el Real Colegio Carolino y que hasta 1858 había conservado el Colegio del Estado, se unieran y ocuparan un nuevo espacio, el salón que antes se usaba para la cátedra de Gimnasia.

 

Sumado a esto, surgió en las autoridades colegiales, fundamentadas en los principios liberales y positivistas, la convicción de que la Biblioteca que hasta entonces había estado disponible solo para los integrantes del propio Colegio debía adquirir carácter público y con ese fin la re-inauguraron el 5 de mayo de 1874.

 

 

 

 

La Biblioteca Pública José María Lafragua

 

En 1876, acaecida la muerte del abogado José María Lafragua, entonces ministro de Relaciones Exteriores, el Colegio del Estado se vio beneficiado —por disposición testamentaria— de la cuarta parte de sus bienes. Este legado obedecía al vínculo que el abogado y literato mantenía con el Colegio donde realizó sus estudios y en particular por sus labores como colegial al frente de su archivo y biblioteca en torno a 1829.

 

En esa porción de sus bienes se incluía el valor de los libros que formaban su amplia biblioteca, una vez restados los libros de temática americana que el finado dispuso fueran entregados a la Biblioteca Nacional de México, institución que fue fruto de sus esfuerzos. A esos materiales, impresos y documentos manuscritos de primera importancia para le historia mexicana, junto con una buena aportación en capital monetario destinado específicamente a la adquisición de libros, contemplado en la misma disposición testamentaria, se ha denominado el “Legado Lafragua”.

 

Sello del Legado del Sr. Lafragua (1876), sobre uno de los dos expedientes inquisitoriales formados contra fray Servando Teresa de Mier, manuscritos pertenecientes a don José María Lafragua, parte de su colección de Documentos Inéditos que ingresó a la biblioteca dentro de su legado

 

Por el impulso que este legado representó para el Colegio, las autoridades determinaron nombrar a la Biblioteca en su honor. Además, el acervo se reinstaló en un lugar más propicio para cumplir con su sentido público en un espacio con acceso propio y con estantería nueva. Esta sala fue inaugurada el 16 de septiembre de 1885 y significó el momento culmen de los cambios experimentados en la Biblioteca en un contexto de modernización, secularización e ilustración de finales del siglo XIX, en plena pax porfiriana.

 

El cambio de Colegio del Estado a Universidad Autónoma de Puebla, varió en lo mínimo las funciones y paradigmas del acervo bibliográfico de la institución: se incrementaron los funcionarios que la atendían y se ampliaron los horarios de consulta. En ese lapso (de finales de siglo XIX hasta el final de la primera mitad del siglo XX) se recibieron en donación las bibliotecas personales de destacados poblanos entre abogados, hombres y mujeres de letras, médicos, catedráticos, funcionarios, diplomáticos y científicos, entre los que destacan los nombres de Manuel Azpíroz, Manuel Maneyro, Rafael y Miguel Serrano, Vicente Rodríguez, Rafael Isunza, con las que el acervo se fue enriqueciendo temáticamente. También existieron pequeñas donaciones de importantes actores políticos y culturales de la época como Agustín Rivera o Francisco del Paso y Troncoso, por nombrar algunos. Pero el mayor incremento provino de las adquisiciones que las autoridades, bajo la guía de la academia, hacían frecuentemente de materiales que mantuvieran a la vanguardia los estudios en el Colegio o en la Universidad o bien mediante el intercambio de publicaciones periódicas con otras instituciones a nivel nacional.

 

 

 

 

La Biblioteca Histórica José María Lafragua

 

La biblioteca Lafragua en los años 40 del siglo pasado

Fotografía de la sala de Lectura de la Biblioteca Lafragua (1930 ca.)
Procedencia: Colegio del Estado de Puebla (sello)
Descripción: 22 cm.

 

El gran cambio para el acervo bibliográfico de la institución vendría décadas, en los años sesentas, después de conformarse como Universidad, y crearse la Dirección General de Bibliotecas se establece la distinción entre los acervos especializados para dar servicio a cada facultad de estudios, del fondo patrimonial resguardado en la Biblioteca Lafragua (como se le conoce comúnmente) al que, aún cuando no estuviera a la vanguardia de los estudios formativos impartidos en la institución, se seguía consultando con intereses de investigación, reconociéndose su importancia intelectual y cultural, lo que contribuyó a su posterior conceptualización como biblioteca histórica.

 

Bajo esta consideración es que, a finales del siglo XX, la Biblioteca se ve beneficiada con la incorporación de nuevos fondos bibliográficos y documentales que vinieron a ampliar su diversidad temática y material: el fondo perteneciente a la Academia de Bellas Artes de Puebla en 1973, la Biblioteca Benjamín Franklin a finales del XX y, ya entrado el siglo XXI, la importante biblioteca de la Dra. María del Carmen Millán Acevedo que incluye sus reconocimientos y condecoraciones. Estas colecciones a su vez estuvieron conformadas por donaciones de bibliotecas personales o algunos ejemplares de otros importantes personajes, tal es el caso de la Academia de Bellas Artes pues fue una institución de cerca de dos siglos de vida que en su momento también constituyó su propia biblioteca a partir de donaciones importantes así como libros de estampas y colecciones de estampas sueltas.

 

Así, la Lafragua se conformó como un lugar de resguardo de la memoria de la propia ciudad y del Estado, y por tanto de su historia a la vez que se configuró como un testigo de los procesos educativos por los que ha atravesado a lo largo de más de cuatro siglos. Su gran diversidad temática ha permitido que investigadores de diversas áreas del saber se hayan servido de ellos para dejarnos a su vez, publicadas sus nuevas perspectivas y avances, mismas que siguen siendo punto de partida para seguir enriqueciendo ese entramado de conocimiento que construimos entre todos permanentemente.

 

 

 

 

La Biblioteca Lafragua, hoy

Exposición presencial 'La Biblia del Oso. Un escrito, un legado.' en la sala histórica de la biblioteca durante el mes de septiembre de 2019. Fotografía: Fernando Quintanar.

 

 

Actualmente, la Biblioteca Histórica José María Lafragua está destinada a la investigación especializada y a cargo de un equipo interdisciplinario de especialistas conscientes de la necesidad de realizar una labor de investigación constante de su propio fondo, pues es a partir de ésta que se desarrollan instrumentos de consulta como bases de datos, catálogos, guías y colecciones digitales para potenciar el alcance y uso tanto por parte de sus propios investigadores como del público en general.

 

La Biblioteca Histórica José María Lafragua, si bien custodia con responsabilidad ese legado cultural de varios siglos lo hace manteniéndose a la vanguardia facilitando el acceso al patrimonio documental: con instalaciones apropiadas para sus funciones, apoyando a los usuarios con el uso de recursos tecnológicos de alto nivel que faciliten su trabajo, con la difusión del material por medio de revistas, boletines, reproducciones digitales así como apoyando la publicación de investigaciones en revistas arbitradas y libros. También mediante la participación activa y constante de su personal en importantes proyectos generados en la propia biblioteca o de carácter colaborativo como son el Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego, la colección digital Estampas de la Academia de Bellas Artes de Puebla, la colección digital Primeros libros de las Américas, y el Catálogo Colectivo de Encuadernaciones Artísticas, o bien formando parte de seminarios académicos como el Seminario Interdisciplinario de Bibliología (IIB-UNAM), el Seminario de Preservación Documental (liderado por el IISUE-UNAM), del Comité Técnico de Normalización Nacional de Documentación (COTENNDOC), y de la Red Abierta de Bibliotecas Digitales (RABiD) de la Corporación Universitaria para el Desarrollo de Internet II (CUDI), del Seminario Monarquías Comparadas. Formas cotidianas de cohesión global. Siglos XV-XVIII (IIH-UNAM), entre otros.

 

Asimismo, la Biblioteca despliega un programa regular de actividades culturales —abierto a todo el público interesado— como la publicación de materiales relacionados con el patrimonio documental, cursos diversos, conferencias, talleres, exposiciones presenciales y digitales, visitas guiadas, etcétera.

 

Hoy en día, la Biblioteca Histórica José María Lafragua de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla ocupa un lugar destacado entre las bibliotecas de su tipo en México y mantiene relaciones de cooperación con instituciones de educación superior y culturales, tanto de México como del extranjero.

 

 

 


1 Biblioteca Histórica José María Lafragua, Colecciones Especiales, Fondo documental de los antiguos Colegios Jesuitas, Real Colegio Carolino y Colegio del Estado, [BHJML-ACJRCyCE] Legajo “Escrituras y documentos antiguos”, Expediente 3º “Traslado del testimonio de la escritura de Fundación del Colegio del Espíritu Santo de la Compañía de Jesús”, fol. 107v.

2 Según el tratado del jesuita Claude Clément, Musei sive Bibliothecae, el contenido de temas de las bibliotecas colegiales de la orden sería variado, conformado tanto por textos religiosos (de asuntos bíblicos, teológicos, morales, entre otros) como profanos, desde asuntos filosóficos, de derecho (canónico y civil), de historia, de historia natural, de política y ética, de filólogos, así como obras de literatura y de carácter científico.

3 MARTÍNEZ Tornero, Carlos Alberto (2009), “La administración de las temporalidades de la Compañía de Jesús”, Tesis doctoral, departamento de Historia Medieval, Moderna y Ciencias y Técnicas Historiográficas, Universidad de Alicante, p. 212-213.

4 COLECCIÓN de los decretos y órdenes del Estado de Puebla, 1824 y 1825. p. 83; Memoria, 1826, pp. 22-23; CASTRO Morales, “Breve historia de la Universidad de Puebla”, en Puebla y su Universidad, pp. 206-207. En el decreto, se conserva el nombre de Colegio del Espíritu Santo.

5 Archivo Histórico Universitario, Colegio del Estado, Sección Rectoría, Serie: Libros de Gestión de la Rectoría, Adquisición 297, Años 1825-1862, f. 5v.

6 Decretos y acuerdos del Estado de Puebla. 1832-1835. p. 247.

7 Adiciones al Reglamento provisional (1867) BHJML-ACJRCyCE, vol. “Reglamentos e Inventarios, 1663-1873”, f. 128v.